Un nuevo tiempo para soñar

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Vendemos sueños. Esta frase, que se ha dicho y repetido tantas veces, es tan real.

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Por un momento, podemos pensar que somos parte de un ambiente de negocios profesional, frío y calculador, y nos esforzamos en desempeñar nuestro papel de forma aplicada y muy seria.
¡No sólo somos ejecutivos! Hacemos lo que nos gusta. Lidiamos con música. ¿Qué puede ser más gratificante que eso?

Queremos reconocimiento y buscamos satisfacción profesional. Pero somos esencialmente afortunados por convivir en este mercado. Siendo o no artista o músico, somos parte de un engranaje que mueve el alma. Tan importante como el aire, la música calma, acelera, perturba, nos toca. Se hace presente en los momentos de alegría, dolor y nostalgia. Es decir, es parte de cada uno, lenguaje universal ya aceptado por todos.

Hemos evolucionado como mercado y buscamos crear un ambiente propicio para atraer a más y más colegas. Hemos perseguido el ideal de unión que la música nos enseña. Dejando de lado egocentrismos y creencias, actitudes y reacciones, impresiones y decisiones. Sin embargo, no conseguimos dejar de lado la ambigüedad de siempre tener razón. Nuestro medio ambiente es creado sin autocrítica y sin noción de la responsabilidad cultural y social que desempeñamos. Y de la fuerza que eso tiene junto a aquellos para los cuales vendemos. Esto nos llevó a una paradoja dimensional que resulta en negocios cada vez más fríos y distantes del consumidor.

¿Recuerdan cuando las tiendas (¡sí, las tiendas!) promovían pocket shows en la calle o en galerías con sus clientes artistas? ¿Qué vemos hoy? Pequeñas concentraciones de músicos dentro de la tienda queriendo mostrar que saben tocar y sorprender a la clientela para la tienda de al lado. ¿Dónde está el sentido común de que debemos promover la música, pues entendemos que éste es el único elemento vital a nuestro mercado, y que, sin música, este mercado simplemente sería un viaje lisérgico de algún soñador?

¿Ya imaginaron al ser humano sin el sentido de la audición? ¿Serían solamente las vibraciones que llamaríamos música? Y aún así haríamos música sensorial moviendo cosas de acá y para allá. Porque somos así, curiosos, descubridores, inquietos.

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Un mercado barato

Pero así continuamos intentando dejar por último el eslabón principal de la corriente: el músico, nuestro cliente final. Dejamos de traer productos porque “son caros” (como si Ferrari, Mercedes, BMW simplemente dejaran de ofrecer sus productos top en el mercado porque no deben tener a nadie para comprarlos). Insistimos en ofrecer cosas de calidad inferior, pues lo que importa para el músico es el precio. Lo que me lleva a otra pregunta: ¿y la música? ¿Su calidad? ¿Queda relevada a un papel secundario? ¿Entonces vamos a oír porquerías porque es más barato? ¿Vamos a escuchar a una persona que se agota en un micrófono de pésima calidad porque es más barato? ¿O mejor, dejar de oír a un buen bajista pues su sonido se baraja en un sistema de primer precio porque es más barato?
– ¡Olvida al bajista! ¡Que haga el bajo en el teclado! (Risas)
– ¡Olvida al baterista! ¡Que lo haga en la computadora!
Y así seguimos hacia lo que no deseamos. Un mercado barato.

Mientras tanto, nuestro consumidor va hasta donde sea para cambiar nuestra opinión. Y los expertos aparecen, y se quejan de la frontera, y se quejan de los que no siguen la unión del mercado.

Los dejo con una pregunta: ¿alguien se acuerda de la década de 1990? Se trataba de cosas baratas, pero los instrumentos que más se vendían eran aquellos de calidad (no los más caros, los más adecuados y aquellos ofrecidos como buenos y no como los más baratos). Buenos tiempos, de tiendas influyentes, con vendedores capacitados y decididos a vender cosas buenas. ¡Buenos tiempos!

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